Cada día me reconozco menos. La imagen del espejo se
distorsiona y se aleja, volteándose para mirar hacia otro lado mientras la
persigo intentando descifrarla.
La disociación es cada vez más constante y más
duradera y, poco a poco, va intoxicando mis días y mis noches, devorando mis
sueños.
Sobre mi se ciernen madrugadas de un verano perpetuo, donde
invaden la sed y los demonios que cualquier larga noche trae consigo. Y bajo esta capa
de estrellas, cubierto por la humedad del mar, sólo puedo preguntarme cuál de
todas ellas era aquella que podía guiarme…
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